Comemos debido a la sensación de hambre o porque estamos aburridos, solos, casados, solteros. Comemos porque pasamos cerca de una panadería o kiosco, porque estamos en una fiesta, porque nuestra madre cocinó y no queremos despreciar su gesto o porque deseamos comer tanto como nuestra pareja lo hace o porque no queremos privarnos a costa de deprimirnos.
¿Alguna de esas razones suenan familiares? Acaso, ¿Somos comedores emocionales? Nada tan real como el Hambre Emocional, en el que la comida se convierte en un arma para lidiar con las emociones negativas.
Aunque no lo crean, un patrón psicológico que nos hace abandonar el estilo de vida saludable, una y otra vez. Sin embargo: ¿Estamos listos para finalmente hacernos cargo del hambre, nuestro peso y nuestras vidas? ¡Pues comencemos!
Lo primero y fundamental, identificar si nos alimentamos por necesidad, o por aburrimiento, tristeza, alegría, o frustración. Pues mientras el hambre emocional es el hábito de comer sin tener realmente apetito, más bien como respuesta a sentimientos o emociones indeseables. El hambre fisiológica, se produce cada 3 o 4 horas y de allí la importancia de comer pequeñas porciones en pequeños lapsos de tiempo, para evitar llegar con más ansías a la siguiente comida.
A continuación, un interesante cuestionario que te ayudará a identificar el Hambre Emocional.
La última vez que comimos:
- ¿El hambre llegó de improviso o fue gradualmente?
- Cuando tienes hambre: ¿Sentís la desesperación por comer lo que sea y de inmediato?
- Cuando comes: ¿Prestas atención a lo que entra en la boca o simplemente la llenas de prisa?
- Cuando tienes hambre: ¿Podes satisfacerte con alguna comida nutritiva? o ¿Necesitas de cierto tipo de comida para lograrlo?
- ¿Sentís culpa después de comer?
- ¿Comes al sentirte enojado/a o cuando experimentas alguna sensación de vacío emocional?
¡Enormes Diferencias! ¿Verdad?
Pero lo importante es no sólo entender que somos comedores emocionales, sino también identificar el origen de esa actitud hacia la comida y darle solución.
En otras palabras, atacar el verdadero problema y mientras, un buen consejo, la reeducación de nuestros hábitos alimenticios. Hacernos de un pequeño horario que no nos deje pasar hambre y así combatir nuestra latente ansiedad.
Y por último, entender que nuestro cuerpo no sólo se alimenta de comida, sino de refuerzos positivos, buenas energías, entre otras actividades que no sólo llenen nuestro organismo, sino también el espíritu y la mente.
Gabriela Loyola – Lic. En Nutrición